Pero claro, todo no podía ser o blanco o negro, por mucho que el debate público o las redes sociales se expresaran en esos términos. Y seguramente yo también he acabado en ese juego, posicionándome en un lado o en el otro. Y creo que así está siendo el debate en nuestra sociedad, de blanco o negro, de trincheras.
Lo reconozco. Al comienzo de esta crisis, cuando veíamos que el COVID-19 se encontraba en China, yo era uno de esos escépticos. No le di excesiva credibilidad a la gravedad de la situación, muy probablemente por lo que nos demostró la gripe aviar en su momento. Las farmacéuticas, los intereses de Estado… no me faltaban razones a las que agarrarme para motivar mi desconfianza. Desconfianza ante todo, incluida a la Organización Mundial de la Salud.
Y de repente, gracias a algunos y algunas periodistas, pasé a tomar conciencia de la gravedad de la situación, y con ello, a tener una de las posiciones más radicales, defendiendo el confinamiento total, incluido el cierre de la actividad no esencial. Y para eso, pasé a defender las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, justo esa organización a la que negué autoridad solo unas pocas semanas antes. Seguía pensando que existían intereses ocultos de farmacéuticas o de Estado, o intereses económicos, pero creía que tocaba tomar medidas.
Pero claro, todo no podía ser o blanco o negro, por mucho que el debate público o las redes sociales se expresaran en esos términos. Y seguramente yo también he acabado en ese juego, posicionándome en un lado o en el otro. Y creo que así está siendo el debate en nuestra sociedad, de blanco o negro, de trincheras.
Si nos posicionamos a favor del cierre de la actividad no esencial, parece que no nos preocupamos de la economía y el trabajo, que no somos responsables, que somos el hippiesmo. Al parecer, solo pueden hablar los que saben de economía, y entre ellos por ejemplo no se incluyen algunos o algunas profesoras universitarias, sino únicamente algunos cuantos que gestionan la economía. Y se ponen como ejemplo algunos países europeos, pero se olvidan otros.
Y sin embargo, si la posición es contraria al cierre de la industria, parecen defenderse única y exclusivamente los intereses de algunos empresarios crueles, en contra de los intereses de los y las trabajadoras. Al parecer, la mayoría de las y los empresarios son parte de un mismo cuerpo, todos iguales, y no les debe de importar la salud de los y las trabajadoras. Solo les importa el dinero.
En este país, no ha habido una mesa que haya reunido a la representación del empresariado, la representación sindical, política y la institucional para adoptar las decisiones que fueran necesarias, a poder ser acordadas, para después defenderlas donde hiciera falta. Y habrá quién considere que es imposible la adopción de acuerdos, que lo que existe es una lucha de clases y que los intereses son contrapuestos. Y muy probablemente sea así, pero ni siquiera lo hemos intentado.
Y después también ha habido otra serie de debates. Por ejemplo, la salida a la calle de los y las niñas. Al parecer, quienes creían que era demasiado pronto, o que había otras prioridades, no entendían sobre los derechos de la infancia. Sólo bastaba con observar otros países europeos, en los que se permitía la salida de los niños y las niñas. De nuevo se ponía como ejemplo a otros países.
Y en caso de posicionarse a favor de la salida de los y las menores, parecía que se hacía no por ellos y ellas, sino por la necesidad de los padres y las madres de salir a la calle. Y después además cuando se salía la mayoría actuaba con absoluta irresponsabilidad. Al parecer, así debe de ser nuestra sociedad.
Y así podemos continuar en debates eternos. Las instituciones no deben de confiar en la ciudadanía, pero la ciudadanía tampoco confía en las instituciones. Se pueden escribir miles de tweets a raíz de una foto, con la intención de aclarar si es fake o no, y al final, cuando algunos medios de forma veraz explican el origen de esa foto, entonces entramos en el debate de las intenciones del fotógrafo, sin ni siquiera conocerlo. O debatimos sobre los horarios de salida, o de los límites del municipio, etc. Actuamos en las redes como si lo hiciéramos con nuestra kuadrilla o en casa, generando debates nada enriquecedores. Al parecer tenemos la razón, y las y los otros no.
Y la pregunta que últimamente puede estar en boca de mucha gente es la siguiente: ¿cambiará nuestra sociedad? En estos momentos que se habla tanto de la comunidad, ¿recuperaremos la importancia y la necesidad del colectivo? Porque parece que está bastante extendida la idea de que así no podemos continuar. Pero cuando decimos eso tengo la sensación de que siempre hacemos responsable a los y las demás. Al parecer no éramos parte de la lógica de esta sociedad. Son las y los otros quiénes han caído en el individualismo, quiénes no pensaban en la comunidad. En Twitter, o en otros lugares, siempre son otros u otras.
Joseba Sarrionaindia decía lo siguiente: “una comunidad, si quiere mantener un mínimo de solidaridad, tiene que compartir palabras: tiene que cultivar una forma de hablar para la comprensión mutua”. Si queremos construir comunidad, debemos de compartir palabras. Y eso no quiere decir que no podamos mostrar nuestras desavenencias, ni que todos y todas debamos de estar de acuerdo con todo. Desde mi punto de vista, eso solo requiere de una cosa: salir de las trincheras. Salir de ese tú y yo, para pasar a ese nosotros y nosotras.